Nuestra lengua aymara empezó a escribirse con las letras del alfabeto latino no demasiado tiempo después de la llegada de los españoles. Ya en 1612 salía una gramática completa de Bertonio y posteriormente otro jesuita, Diego de Torres Rubio, publicaría una obra semejante. Por el camino hubo catecismos, confesionarios, doctrinas cristianas, vidas de Cristo y toda la parafernalia religiosa que era lo que realmente movía el interés de estos misioneros por nuestra lengua.
Al principio —incluso actualmente— la forma de escribir en aymara dependió en mucho de la forma en que se escribía el castellano de la época. Si hasta la década de 1980 estuvimos peleando por si debíamos escribir tres o cinco vocales —por las cinco vocales del español— no hace falta imaginar la gran influencia que tuvo la tradición escrita castellana sobre esos primeros textos en nuestra lengua.
Huida, alcahueta, huerto, ahuecar, marihuana
Fíjense bien en las palabras que están escritas sobre estas líneas. A menudo nos dicen que el castellano se escribe tal como se pronuncia. Si eso fuera así, se escribiría «uida», «alcaueta», «uerto», «auecar» o «mariuana». Aún hoy tenemos que memorizar la regla que nos dice que hue, hui, hua se escriben con «h» en español. ¿A qué se debe esta excepción tan extraña?
Lo primero que hay que tener en cuenta es que hoy la letra «u» representa a una vocal en castellano pero no siempre fue así. Anteriormente el sonido de esa vocal se escribía con una letra que hoy solamente representa una consonante. Esa letra era la «v». Es decir, cuando escribían «v», dicha letra bien podía corresponder a dos sonidos distintos:
- Por un lado, podía ser «v» de «vaca», «lavar» o «ver». Aquí el sonido es homologable al de las actuales «b» y «v».
- Por otro lado, podía ser «v» de «lengva», «mvger», «vnido». Aquí el sonido es claramente el de la actual «u».
Como estamos hablando de historia, no está de más decir que tal uso de «v» como vocal no es un capricho, sino que se remonta a la lengua madre del castellano: el latín. Hoy podemos leer los «Comentarios sobre la guerra de las Galias» de Julio César en latín modernizado, donde existe la «v» como consonante y la «u» como vocal, pero la verdad es que los romanos nunca tuvieron la letra «u», así que no pudieron escribirla. La palabra latina «verum», que hoy escribimos con su «u», los romanos la escribían «VERVM» (nuestras minúsculas también son un invento posterior). Es justo decir que no es que los romanos estuviesen locos; realmente «VERVM» lo habrían pronunciado como uerum, así que estamos hablando de algo que es completamente lógico, y de hecho, la «v» del latín tiene un sonido más parecido a la «w» actual del aymara que a la «v» actual del castellano. Resumiendo: el asunto de la «v» como «u» lo hereda el castellano del latín.
El primer gran codificador europeo de nuestra lengua, el jesuita Ludovico Bertonio, de hecho, vivía en esta época de potencial «confusión» escrita entre «v» y «u». Su obra cumbre —el diccionario— llevaba por título nada menos que «VOCABVLARIO DE LA LENGVA AYMARA».
¿Y qué tiene que ver la «h» en todo esto? Tiene mucho que ver; al corresponder «v» con dos sonidos posibles, había casos en que no se sabía si la «v» escrita sonaba como la actual «b» o como la actual «u». Digamos, por ejemplo, que estamos en la época de Bertonio y que queremos escribir la actual palabra «huida». Sabemos que tenemos «v» en lugar de «u», así que nuestra primera opción es escribir «vida». ¿Se ve el problema? No sabríamos si estamos escribiendo «vida» de vivir o «vida» de huir. En general, cuando una sílaba se inicia con «v» seguida de vocal, puede haber problemas para saber cómo suena esa «v».
La solución es la que ya nos hemos imaginado: anteponer «h» cuando queremos decir que suena como «u», suponiendo que, en los demás casos, va a sonar como «b». Ahora podemos escribir «hvida» de huir y «vida» de vivir. Este es el origen de tanto hua, hue, hui que veremos hasta el día de hoy en castellano.
Huaca, huacho, huayño
Todos hemos estudiado algo de geografía en la escuela, así que no es difícil que recordemos nombres como Huarina, Huanta, Santiago de Huata, Huancani, Huancayo, Huascarán, etc. Es más, todos sabemos que en nuestros países son corrientes apellidos como Huamán, Huaraya, Choquehuanca, Huapaya, Cahuana, etc. Más aún, nos suenan algunos nombres incas como Huayna Capac, Túpac Huallpa, Huáscar, Yahuar Huacac, etc. y además tenemos palabras como huasca, huaca, cañahua, huayño y similares.
La verdad es que los españoles en América encontraron muchos más casos donde aplicar su particular «regla de la h» al empezar a escribir lenguas como el náhuatl, el quechua, el aymara, el mapudungun, el guaraní, por citar algunas que poseen ese sonido semiconsonántico que los romanos escribían como «v» y que nosotros escribimos contemporáneamente como «w». De hecho, la gran mayoría de palabras que empiezan con hua- en castellano son ni más ni menos que voces americanas.
Pero como el primer aymara escrito fue hijo del castellano escrito, ahí tenemos a Bertonio escribiendo en su Vocabulario palabras como «huahua» (wawa), «huaka» (waka), «huakhcha» (waxcha), «hualuru» (walüru), «huallata» (wallata). Conviene resaltar que el propio Bertonio afirma ser más partidario de escribir solo con «v» pero que finalmente se acomodará a la costumbre ya establecida: «tengo por mejor acomodarnos a lo que está ya muy recibido». Es decir, la costumbre de escribir así no es invención de Bertonio; él solamente la sigue.
Akawa, waña, wiri
Así llegamos al siglo XIX, el siglo de la independencia latinoamericana, arrastrando nuestro hua-hue-hui —más bien el del castellano— sin grandes cambios. Ya en dicho siglo hubo innovadores del aymara escrito y esto nos lleva irremediablemente a hablar de un personaje histórico de nombre Vicente Pazos Kanki.
Pazos Kanki, era oriundo de Sorata y muy posiblemente escribió la proclamación en aymara de la independencia argentina. Era un liberal, antimonárquico y anticlerical, aunque también fue sacerdote hasta que abandonó el catolicismo, reconociéndolo sus contemporáneos como un hombre de gran talento. Anduvo en política aunque su oficio fue siempre el de periodista. Escribió para varios medios e incluso fundó su propio periódico cuando fue necesario. Participó en la revolución de mayo de 1810 en Buenos Aires. Sus ideas republicanas lo llevan al destierro en Gran Bretaña, a la que luego volvería como embajador de Bolivia. Se radica posteriormente en Estados Unidos y Europa. Su vida es ciertamente novelesca pero, como obviamente no fue la de un campesino, muchos de nosotros lo perdimos de vista como aymara, cosa que también era.
Aparte de tener calles con su nombre en Bolivia y Argentina, de él podemos decir que escribió otras cosas en aymara y lo hizo como pudo, ideando una forma de escribir nuestra lengua en una época donde ésta no se escribía en absoluto y no existía —como sí existe hoy— ningún criterio común o unificado para hacerlo. Aquí vemos algunas de sus ideas para transcribir la lengua de Katari.
Y entre estas ideas se encontraba una que en su época era novedosa: olvidarse del hua-hue-hui vigente desde principios de la colonia y reemplazarlo introduciendo la «w» a la manera inglesa porque, según sus palabras, «suena exactamente como en Inglés», cosa que es cierta; ambas lenguas comparten /w/ como fonema. Pazos Kanki hablaba las dos.
Hubo que esperar hasta 1984 para que esta «w» quedara definitivamente sancionada como oficial para nuestra lengua. Sin embargo, para esa época, prácticamente todas las propuestas ortográficas realizadas en el siglo y medio que siguió a Pazos Kanki —con pocas excepciones— ya incluían su «w», de manera que cuando se adopta el Alfabeto Único existía un consenso total sobre esa letra. Nadie se opuso o defendió que se adoptara algo distinto a la «w».
Hoy, casi doscientos años después de esa idea, hasta «Tiahuanaco» se llama ya «Tiwanaku». Un éxito.
Actualización 2017-01-18
Investigando un poco más sobre las traducciones de Pazos Kanki de algunos libros de la biblia al aymara, uno se encuentra con la figura de un pastor bautista de origen escocés llamado Diego Thomson (castellanización de James Thomson), que era agente de la Sociedad Bíblica Británica y seguidor del modelo de enseñanza que había ideado el cuáquero inglés Joseph Lancaster. Resulta que este señor aparece en la época de la Independencia, en la primera mitad del siglo XIX, en el Perú, dicen que invitado por el mismo Libertador José de San Martín para que implantara el sistema educativo lancasteriano. Al parecer, Thomson conduce sus relaciones públicas con tanta discreción y con un perfil tan bajo que incluso se gana el favor de algunos elementos liberales de la Iglesia Católica y de la Municipalidad de Lima. Se dedica a promover la educación pública implantando escuelas que utilizan la biblia como libro de texto, sin promover abiertamente una agenda protestante. Parece ser que su idea era que, cuando la gente leyera la biblia, ellos mismos producirían una reforma de la religión católica. Por ese motivo Thomson estuvo muy interesado en que la biblia se tradujese a lenguas nativas, ya que los indígenas componían la mayoría de la población. Y aquí es donde entra Pazos Kanki, que al parecer fue encomendado por Thomson para producir dichas traducciones al aymara. Lo interesante es que ambos personajes no se habían conocido en el Perú sino en Londres y el intelectual sorateño había logrado una traducción de todo el Nuevo Testamento, traducción que se perdió en Buenos Aires junto con su versión en aymara del libro de los Salmos, una parte del Antiguo Testamento. Estas traducciones las financia Thomson con fondos de la Sociedad Bíblica Británica. Actualmente existe una traducción del evangelio de San Lucas que se atribuye a Pazos Kanki, que seguramente formó parte de ese Nuevo Testamento perdido.