En un país, Perú, donde se lleva a cabo un proceso de sustitución lingüística a gran escala—proceso que supone la inmolación de 62 lenguas vernáculas y sus variantes en los altares de la Modernidad y la Integración Nacional—se da una curiosa paradoja: es difícil encontrar, al menos entre las personas con cierto grado de ilustración, un discurso que no sea favorable a las lenguas nativas.
A primera vista, entonces, pareciera que los sectores «modernos» de la ciudadanía estuvieran por la conservación del patrimonio lingüístico del país. Ahora bien, este apoyo es en términos tan vagos y tan sin detalles que estar a favor de los idiomas originarios es, de momento, una adhesión vacía de contenido y que nadie sabe exactamente qué implica, si es que implica algo.
Los sectores reactivos a esta sensibilidad, en la línea de Marta Hildebrandt, se decantan por dejar que las cosas sigan como están, sabiendo que el tiempo y la desidia harán el trabajo que, si no fuera innecesario, ellos mismos realizarían.
Sabemos que los idiomas vernáculos se encuentran en una situación crítica que los empujará por la pendiente de la extinción. Dentro de los sectores modernos mencionados al principio, algunas voces, movidas por una sincera simpatía y sin salir de la resignación, deplorarán este hecho. Eso será todo lo que harán—de hecho, es todo lo que ya hacen—porque, en principio, se han plegado al fatalismo de que nada se puede hacer para evitar este daño colateral que la Modernidad ha de infligir. De modo que, para las lenguas vernáculas, en la agenda del simpatizante hay lo mismo que en la del antagonista: nada. Esto es algo que debería movernos a pensar, porque no se trata de una concurrencia en detalles menores, sino de una convergencia primordial en la línea de acción.
Considero que, en primera instancia, todas estas afiliaciones baldías se deben a que ningún simpatizante ha dedicado cinco minutos a pensar seriamente sobre qué significa de veras actuar consecuentemente en relación con las lenguas minorizadas y en qué lo implica eso a él. De otro modo no tendríamos a un simpatizante, sino a un activista.
Y es ahí donde quiero llegar. Parece claro que hoy las lenguas vernáculas generan simpatía de forma natural, cosa que no siempre ha sido de esta manera. Simpatía significa, en términos claros, nada más que palabras bonitas. Pero lo que necesitan generar ahora las lenguas vernáculas es algo nuevo: beligerancia y agenda, es decir, activismo. Y aquí ya no cabe engañarse, sólo el activismo y nada más que el activismo tiene en su mano revertir el actual proceso cuyo último capítulo, en el caso peruano, concluye tristemente con la extinción de 62 de las 63 lenguas que se hablan en el país.
Actualización 2009/09/30: El vídeo del canal de Enlace Nacional en youtube que se puede ver a continuación se titula «Unesco advierte que lenguas quechua y aymara se encuentran en peligro». No necesita comentario.
Encontrado via el blog de Demetrio Rendón Willka («Quechua y Aymara en peligro de desaparición«).






Gracias por este artículo.
Nosotros los linguistas y además quienes estudiamos de cerca la historia y las sociedades andinas, creemos que un camino por preservar esas lenguas es intentando impulsar la mejora del autoestima de la gente que habla estos idiomas vernaculares. Evidentemente, el camino es la educación, pero claro, como tú dices, quienes se ponen a trabajar en este tema al parecer dejan todo en el archivo. Parece existir una voluntad, pero creo que el tema de la modernidad es lo que más les interesa, antes que la identidad de la propia nación.
Nosotros estamos trabajando en unos pueblos de Moquegua , intercambiando información con gente de habla aymara. Nosotros estamos describiendo su gramática y además estudiando su historia, y la respuesta es muy positiva, la gente habla más su lengua, tiene menos verguenza de hacerlo , sobre todo, las nuevas generaciones, e intercambia sus inquietudes con nosotros.
Saludos, SUSANA
Susana,
Gracias por tu aporte. Yo celebro siempre el optimismo cuando detrás de él hay algo más que wishful thinking. En este caso concreto no soy muy optimista. No puedo serlo: Muylaque, el pueblo del que hablas, y que he visitado recientemente, se caracteriza por un ferviente interés por el idioma inglés (al cual no pongo objeción) y un nulo interés por el aymara local, ese aymara local decididamente tan especial y de caracteristicas tan propias que suscitan el interés de andeanistas como sospecho que tú misma seas. No puedo culpar a los jóvenes muylaqueños; ellos no hacen más que seguir una tendencia mundial, pero tampoco puedo exculparlos completamente porque, a diferencia de lo que expresas, la salvación de una lengua no está ni estará en manos de outsiders y no podemos obligar a nadie a seguir hablando una lengua que se ha decidido abandonar (no importa si las razones son equivocadas). Los lingüistas no salvarán la lengua aymara, los profesores tampoco y, desde luego, no el Estado. La única forma de que el aymara se salve es un movimiento interno que provenga de la propia comunidad de aymarahablantes, y me reitero en lo dicho: un activismo por la lengua.
No quiero decir con esto que no crea en la labor de los lingüistas como documentadores o teóricos que puedan asesorar las agendas de reivindicación lingüistica, pero una cosa es esa y otra cosa es esperar de ellos la preservación de una lengua, que me parece una posición abierta de actitud y praxis politica y no meramente académica, que no obstante es necesaria, a pesar de algunos casos de lingüistas como Hardman que parecen exhibir una implicación personal y social mucho mayor con las comunidades con cuyas lenguas trabajan (ésta especialmente en la rama yauyina de la familia aymara).
Un saludo.
Bueno creo que si estamos en la misma onda. Hice un post al respecto
http://amazilia.wordpress.com/2008/05/28/dia-naci…
Ahora la pregunta es, como nos convertimos en activistas?
Saludos
Gracias, Joan. Precisamente el caso catalán es un buen ejemplo donde, aparte de palabras bonitas, hay una agenda política y una beligerancia reivindicativa. Como hay una agenda politica, los políticos saben que deben tener un programa para la lengua o se ven abocados a la nada. Sin embargo, en Perú, los politicos que traen esto a la palestra, como Hilaria Supa, son ridiculizados por los medios y por los congresistas y vistos como animalitos de quienes podemos compadecernos.
Gracias por hacer me ver que el hecho de la sustitución lingüística también es un hecho que hace perder la cultura de los pueblos. Aquí somos un poco más activos patra evitar el cambio de paradigma , para preservar el patrimonio lingüístico de la tierra. Creo que deberíais hacer posible que vuestra voz se oyera más y retumbara en los oídos de aquellos que quieren imponer su pensamiento único. Hacer esto es un primer paso para recuperar la autoestima